Punta Arenas es la ciudad elegida como última parada de la exhibición itinerante de Günen, artista dedicado a la edición y traducción de libros por 20 años y que, desde hace un tiempo, llevo su camino hacia las artes visuales. En 2019 forma parte de la flota artística en Residencia Radicante de Liquenlab comenzando allí con su proyecto Mapu: no hay suficiente espacio en la memoria del dispositivo, un montaje en formato instalación videojugable y comestible, disponible en castellano, mapuzugun e inglés, que propone una cómica crítica a la expansión colonial europea. Hasta este viernes 16 de septiembre la obra se encuentra en exhibición en Liquenlab, Chiloé #420, Punta Arenas, y ese mismo día habrá un conversatorio de cierre con el artista a las 18 horas. La entrada es liberada.
¿Cuáles son los temas que trata la obra y por qué decidiste desarrollarla a través de una estética de collage audiovisual y videojuegos?
La obra trata varios temas, pero fundamentalmente es una crítica anticolonial, a propósito de que se han cumplido, en 2020, 500 años del descubrimiento europeo del canal transoceánico bautizado como Estrecho de Magallanes y de que, hace unos días, se cumplieron también 500 años de la primera circunnavegación europea de la Tierra, de la misma expedición de Magallanes-Elcano.
En un nivel trata de desengañarnos sobre la heroicidad de esta empresa. Hay tibios que, así como defienden en nombre del arte escultórico el monumento a Magallanes, encargado por el genocida José Menendez, de los frecuentes ataques que ha recibido desde antes de la revuelta de octubre de 2019, defiendentambién la celebración de los 500 años del “descubrimiento del Estrecho” como una hazaña o proeza admirable. Amantes del arte escultórico y de las hazañas náuticas hechos a medida para defender el enaltecimiento del abuso colonial y del supremacismo blanco no faltan, y tratamos humildemente de contrarrestarles con una pizca de deshonra, recordándoles los motivos y naturaleza de la circunnavegación de Magallanes-Elcano. Contra los valores liberales que llevaron a la tripulación de Magallanes a venderse unos a otros las ratas atrapadas en los barcos en tiempos de hambruna, MAPUes una obra hecha en colaboración con amigues de diversas disciplinas artísticas. Contra los ideales de pureza de la Orden de Santiago, a la que pertenecía Magallanes, MAPUes un collage.
En otro nivel trata de burlar la percepción tridimensional del espacio, desde las nociones de perspectiva del Renacimiento europeo hasta el efecto perspectiva que acusan los astronautas, de ahí el recurso a la estética pixelada de los videojuegos de 8 bits. Nuestra memoria no puede ser representada ni en 8 bit ni en los dispositivos de RV, no puede ser contenida ni en un disquete de 80 KB ni en la Big Data de los servidores de Google o Amazon… es un tejido vivo de gestos, que si bien puede entrelazarse a estas tecnologías, las desborda.
Además la estética de videojuegos tiene un sentido personal, pues me crié en Tierra del Fuego jugando Atari, de ahí que mi vínculo con este territorio este mediado también por esto.
¿Qué reflexiones y críticas te han surgido a propósito de la «celebración» de los 500 años de la primera vuelta al mundo, que coincidió con la presentación de la obra en Liquenlab, Punta Arenas?
Fue muy significativo para mí inaugurar la muestra en Liquenlab el 6 de septiembre pasado, cuando se cumplieron 500 años de la primera circunnavegación europea de la Tierra, un hito clave para la globalización colonial a mi modo de ver. Inauguramos la muestra de manera algo íntima, con tres amigas que se acercaron a conocer la obra ese día y con el equipo de Liquenlab, conversando de persona a persona, y compartiendo el alimento que forma parte de la instalación, elaborado por Martina Knittel de la Despensa del Ratón. Contra el proyecto de representación absoluta de la cartografía imperial, estuvimos presentes les unes para les otres, fragmentaria, plural y relativamente. Contra el extractivismo colonial, compartimos el alimento que traje, elaborado con la flora nativa silvestre del territorio que habito y cuido. Más que una crítica o una reflexión pensada, fueron estos gestos, como un modo de hacer memoria, los que surgieron aquel día.
Este proyecto tuvo sus inicios en una Residencia Navegable organizada por el Laboratorio Liquenlab ¿En qué aporto al desarrollo de la obra que hoy está en exhibición en este mismo espacio creativo?
Fue a propósito de la convocatoria para la Residencia Radicante 2019 que surgió el proyecto de esta obra. Liquenlab nos convocó para, navegando por sus aguas, pensar críticamente y desde las artes los 500 años del descubrimiento europeo del infamemente bautizado Estrecho de Magallanes. Respondiendo a esta convocatoria comencé a imaginar la instalación. Sin embargo, pese a que había diseñado la estructura de la obra antes de embarcarme, fue la potencia de esta experiencia la que colmó su estructura, rompiendo algunas de sus partes, haciéndole salir nuevos brazos, transformándola. La Residencia Radicante no fue solo un combustible que echó a andar el motor que había diseñado, sino que lo informó, deformó y transformó. O sea, fue una experiencia vital, tanto para la obra como para mí. Después la obra en desarrollo fue mostrada en la Vitrina Liquen, en el anterior espacio de Liquenlab en Punta Arenas, y en Group Global 3000 en Berlín, gracias a Liquenlab y a la residencia Berlin Sessions. En estas instancias la obra se nutrió y continúo redefiniéndose. Además a través de Liquenlab conocí al curador Rodolfo Andaur, de cuya visión también se nutrió la obra en otra fase de desarrollo, que se mostró en su exposición Magallanes y las geografías de lo (des)conocido en el Parque Cultural Valparaíso y en el capítulo n° 5 de Bloque de Vídeos de ARTV. Por todo esto ha sido muy significativo concluir este ciclo de exhibiciones de la instalación en el espacio de Liquenlab.
Crees que las artes pueden cuestionar la historia «oficial» y plantear nuevas realidades ¿Es parte de tus objetivos que el público haga esas reflexiones a partir de esta obra?
Ayer cenaba con parte del equipo de Liquenlab y Ariel Oyarzún mencionó, a propósito de la obra sobre Julius Popper en que trabaja el Colectivo Ultimaesperanza, el interés popular en obras de arte que desmontan la historia oficial. Estuvimos de acuerdo en que la llamada “historia oficial” se ha vuelto sensiblemente sospechosa, de que al escuchar esas narrativas higienizadas y heroicas que deberían explicarnos cómo llegamos hasta aquí uno se queda con la sensación de que algo no calza, si es que no con la fuerte sospecha de que uno está siendo engañado. De allí surge una legítima curiosidad no tanto por la Verdad, como un absoluto, sino que por algo verdadero, honesto. Eso es lo menos que se le puede pedir al arte, si es que no a cualquiera que quiera participar de una cultura humana, por decirlo de algún modo. Entonces, claro que sí, el arte, y cualquier persona, no solo pueden cuestionar la historia oficial, sino que a estas alturas estamos obligados a hacerlo si queremos intentar tener vidas más verdaderas.
¿Hay un público al que este dirigida la obra o hay alguien que debiera verla?
La obra es audiovisual y comestible. Probablemente resulte más legible y cómoda para quienes tengan familiaridad con videojuegos de las décadas de los 80s y 90s, pero eso no es algo excluyente. No está dirigida a un público consumidor de arte, por supuesto, sino a cualquier persona curiosa, con apetito de descolonizar sus tripas, literal y metafóricamente. El pueblo champurria queda cordialmente invitado.
Proyecto financiado por FONDART Nacional 2020.